Lo único que necesitaba era que esas sentencias acabasen. O más bien, la angustia que me provocaban.
"Sin tan solo pudiera salir de aquí. Si tan solo..."
Por mucho que mi tía deseara llevarme a un loquero porque yo decía ver cosas más allá de lo demostrable, porque sentía multitud de mariposas golpeando un tarro de cristal tratando de escapar, sin éxito. Pero escapar, ¿a dónde?
Y era entonces cuando me refugiaba en las letras. Las cartas. Los sonidos y las más primitivas emociones.
Por mucho que mi tía deseara llevarme a un loquero porque yo decía sentir más plenitud con una pluma que encontrando un marido bien posicionado que me garantizara un futuro lleno de comodidades: Nada de eso importaba.
Pero la realidad era más cruenta, intentando arrebatarme aquello que amaba y que se empeñaba en llamar venda.
Lo único que quería era enredarme entre verso y verso para así retrasar la fatídica víspera de mi programado destino.
—Eres una egoísta.
Por mucho que mi tía deseara llevarme a un loquero porque yo decía encontrar más perfección en los libros que en una burocracia prefabricada, de madera carcomida por el llanto, la hipocresía y la podredumbre.
De palabras quemadas.
Sí, me refiero a esas cosas que nunca llegas a pronunciar por lo que su sola mención provoca. El miedo a lo que no puede ser nombrado. El miedo al mismo miedo.
Sin tan sólo no te hubieras ido para siempre.
En contadas noches de desvelos, ni yo misma entendía aquello que trazaban mis dedos. Tan sólo necesitaba dejarlo salir, dejar al monstruo expresar aquello que durante toda su vida acallaba, encerrado en las verjas del silencio y las miradas furtivas, desdeñosas.
—Si insiste en volcar su tiempo en tales menesteres, mi señorita, la tomarán por...
—¿Por qué, Martha?
—No debo, señorita.
—Te pido que lo digas.
—Por... por loca, señorita.
Y de nuevo ahí estaba. Ser yo misma, liberar la asfixia, ¿era sinónimo de demencia? ¿De impureza? Nunca alcancé a comprender dicho pensamiento. Ni mucho menos planeé amoldarme a él.
Si tan sólo no te hubieras ido para siempre.
Cántame. Cántame otra vez. Cántame otra de esas nanas tuyas para así conciliar el sueño y que las pesadillas en vida se sustituyan por el dulce aroma de los sueños, las fantasías.
Esta corona de marfil que estoy condenada a portar sobre mi cabeza, que no se sostiene ni por si misma por la pesadez de las expectativas. Estos volantes y largas mangas estrambóticas que enmarcan el cuadro de un alma triste, de un pajaro al que nadie escucha, de un pájaro cuyas alas yacen impregnadas de fango. Maquillaje de porcelana, frágil, que esconde sus verdaderas intenciones tras su máscara inerte.
NO QUIERO NADA DE ESTO.
Llave, abre aquella puerta que todavía no conozco para que pueda recuperar las palabras huidizas que se prendieron por culpa de nuestra hipocresía.
Si tan sólo no te hubieras ido para siempre.
Llave, abre aquella puerta que todavía no conozco para poder ver más alla, mucho más allá, de lo que se presenta delante de mí.
Puede que ya no estés aquí. Pero escogí recordar. Recordar para no olvidar. Para recuperar el valor cada vez que lo pierdo. Para creer.
—"Quiero saber."
No te conformes.
Yo no lo hice.
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